Porque me gusta vivir

sin cadenas ni ataduras

voy andando hacia la altura

agreste de mi sentir.

Nacido para morir

no me puedo detener,

hay mucho por conocer

y me devoran las ansias

de acercarme a la distancia

y en la distancia aprender.

(Alberto Baretta, Por qué monté a caballo)

Con estas palabras respondía Alberto Baretta cuando le preguntaban por qué montó acaballo y decidió salir a buscar. Podemos preguntarnos aquellos que comenzamos algún camino filosófico por qué decidimos salir a buscar. Porque la búsqueda sea, tal vez, lo que más caracteriza al filósofo.

Filosofía

Todo profesor, la primera clase de su curso, la dedica a probar que su materia es la mejor de todas: porque “mi hija es la mejor del baile”. Vamos a ver de qué se trata esto que llamamos filosofía. ¿Qué es eso que nos mantiene inquieto? ¿Qué es esa atracción que sentimos desde no sabemos dónde?

Ante una sociedad que ve en la filosofía y las ciencias humanísticas como una pérdida de tiempo, una sociedad que ve en el hombre un engranaje más de un gran sistema que hemos creado y que no sabemos cómo manejar ya, donde hasta los más jóvenes manifiestan como una vocación de engranaje. Apenas alguien propone algo para pensar, surge la gran pregunta: “esto, ¿para qué sirve?”

Quien siente hablar de filosofía, puede llegar a imaginarse a la filosofía y a los filósofos rodeados de libros, encerrados, pensando… O, tal vez, se los imagina discutiendo sobre cosas triviales, sin importancia. Ante los graves problemas de la sociedad, de la sociedad de todos los tiempos, la filosofía aparece como bien inútil y alejada de la realidad. Así le dijo Calicles a Sócrates:

“Así, pues, ésta es la verdad y lo reconocerás si te diriges a cosas de mayor importancia, dejando ya la filosofía. Ciertamente, Sócrates, la filosofía tiene su encanto si se toma moderadamente en la juventud; pero si se insiste en ella más de lo conveniente es la perdición de los hombres.”[1]

 

Vocación a la verdad

Sin embargo, la filosofía tiene una fuerte vocación de servicio con la humanidad y con la verdad. El filósofo estoico y esclavo Epicteto decía:

¿Qué es un filósofo? Es alguien a quien, si escuchas, te hará más libre que todos los pretores juntos.

Puede ser que la filosofía no sea para todos, pero el pensamiento sí es para todos. El filósofo no se desentiende de los problemas cotidianos, sino que, desde lo cotidiano busca su fundamento. Descubre que las cosas tienen una raíz ontológica que no está a la vista. Y los grandes males que afligen al hombre de todos los tiempos sólo se pueden extirpar realmente si se los saca de raíz. Así,

“Sabio es quien sabe fundar los grandes interrogantes que le plantea su propia existencia y el mundo, en la solidez de un arjé; un principio, aquello primero y fundamental, que no se ve sino con una mirada profunda, y que está dando sentido al ser, al conocer y al obrar humano.

Este es un ejercicio natural del hombre, que lo hace por el sólo hecho de ser hombre: encontrar el fundamento, que su condición de peregrino le impone a cada momento.

Es un caminar con sentido; es la tarea humana que le depara el “amor a la Sabiduría”; es la tarea del filósofo, es su gran desafío: buscar, responderse, dialogar con los grandes interrogantes que le presenta la vida, el mundo y el sentido último de la existencia toda.”[2]

 

Huir de la caverna

En la República Platón relata la alegoría de la caverna. Cuenta cómo los hombres viven encadenados en una caverna, viendo sombras en el fondo de la misma y haciendo “ciencia” de esas sombras. Uno de los encadenados un día logra liberarse y salir de la caverna, advirtiendo los verdaderos elementos cuyas sombras asumían como única verdad. Conoce el pobre fuego que generaba dichas sombras y descubre al sol. La alegoría continúa con ese fugitivo volviendo a ingresar a la caverna, para advertir a sus compañeros de cárcel su triste realidad, la pseudo-ciencia de las sombras y la posibilidad de los verdaderos conocimientos. Pero allí surge un gran problema para el filósofo: la incomprensión. Esa soledad e incomprensión que manifiesta Platón al final de la alegoría de la caverna, cuando intentan incluso matarlo:

“Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no se apoderarían de él, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?”

Es la misma soledad e incomprensión que denuncia Nietzsche:

“A veces he pensado que con las reivindicaciones de la consciencia intelectual se siente uno solitario, cual si se hallara en un desierto, aunque esté en las ciudades más populares. Todos te miran con ojos de extraño y cada uno sigue manejando su balanza y llamando a tal cosa buena y a tal otra mala; nadie se avergüenza cuando das a entender que las pesas de que se sirven no son cabales, ni tampoco se resuelve nadie contra ti; a lo sumo se ríen de tus dudas.”[3]

O también Kierkegaard, en su diario, que se veía en un navío a punto de ingresar en la tempestad. Pero era sólo un tripulante, y el resto de la tripulación permanecía en diversión junto con el capitán:

“Es más terrible, pues, que el único que vea y conozca el peligro inminente sea un simple pasajero. Que desde el punto de vista cristiano se ve en el horizonte la mancha blanca, presagio de la terrible tempestad inminente, yo lo he sabido; pero ¡ay! Yo no he sido y no soy sino un simple pasajero.”[4]

Pero a pesar de esta incomprensión, el filósofo de todos los tiempos sigue teniendo la misión de buscar la verdad y acompañar a todos los hombres en su búsqueda de sentido. En cada hombre de cualquier época resuena la sentencia del templo de Apolo en Delfos: “Conócete a ti mismo”. Y esto no es sólo para encerrarse en uno mismo, sino que para toda relación con los demás y con las cosas, tenemos que conocernos en nuestra intimidad.

En la actualidad proliferan por todos lados carteles de conocimiento de uno mismo, y de cursos de metafísica. Esto muestra una genuina búsqueda. Permanece esa sed de algo que no se llega a saciar. Cotidianamente se corre detrás de posibles soluciones, soluciones aparentes. Pero sólo se pueden solucionar realmente los problemas que amenazan al hombre si se los corta de raíz. Esto es tarea del filósofo, el descubrir las raíces de los problemas, porque en lo cotidiano sólo se manifiesta la superficie del problema.

 

Lo cotidiano y la filosofía

Quien ha contemplado las ideas, dice Platón, sabe que en el mundo cotidiano no existen las cosas perfectas. No existe un Estado perfecto, ni un Hombre perfecto, ni la Justicia perfecta. Pero en la medida que se conozca el ideal, se podrá lograr que esta copia, que esta apariencia de mundo, se parezca lo más posible al ideal:

“Es necesario que en el estado actual de las cosas lo mejor sea lo que más se le acerque”[5]

Decía Leonardo Castellani que la filosofía es el antídoto ante el macaneo, y el macaneo está en lo cotidiano, en el camino de todos los días. Filosofía no es encerrarse en una corriente o escuela filosófica a discutir conceptos vacíos, momias conceptuales decía Nietzsche, sino que es una interrupción de lo cotidiano para pensar lo cotidiano. La filosofía tiene un gran compromiso con la vida, nuestras preocupaciones existenciales cotidianas.

Los diálogos platónicos presentan un filosofar en el camino, un encuentro fortuito: “¡Hola, bello y sabio Hipias! ¡Tiempo ha que Atenas no recibe tu visita!” (Hipias); “¡Bienvenido Ion! ¿De dónde nos vuelves ahora? ¿De tu patria, Éfeso?” (Ion); “¿De dónde sales, Sócrates? Seguro que vienes de ver a Alcibíades. A propósito de él, me lo encontré el otro día…” (Protágoras); “Mira, aquí viene Sócrates, ¿quieres que le demos a conocer el tema de nuestra charla?” (Cratilo).

Los finales de algunos diálogos también quedan abiertos a la vida misma en la que los personajes vuelven a sumergirse: “Pues cuando se vayan dirán que nosotros creíamos que éramos amigos, así me considero yo, pero no hemos sido capaces de descubrir qué es” (Lisis); “Una vez intercambiadas estas palabras, nos separamos” (Protágoras); “Y después de emplear así su jornada, al caer la tarde, se fue a dormir a su casa” (Banquete); “A esta pregunta de Critón ya no contestó, y el hombre le descubrió; tenía la mirada inmóvil. Al verlo Critón, le cerró la boca y los ojos” (Fedón).

¿Por qué Filosofía? Porque me gusta vivir sin cadenas ni ataduras…

 

Citas

[1] PLATON, Gorgias, 484c.-

[2] RODRÍGUEZ, Gustavo, La búsqueda del fundamento ontológico de Platón, artículo editado en la revista “Paideia Cristiana”, Rosario, PROFESORADO SALESIANO “SAN JUAN BOSCO”, 1993, pág. 15-16.-

[3] NIETZSCHE, La Gaya ciencia, Madrid, SARPE, 1984, §2.-

[4] KIERKEGAARD, Sören, Diario, en COLOMER, Eusebi, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, Barcelona, Herder, 1990, Tomo III, pág. 43.-

[5] PLATON, Banquete, 193c.-

Ponencia realizada bajo el título Platón y el cambio en el paradigma del lenguaje, en el marco del Tercer Congreso de Filosofía “Aproximaciones al misterio del hombre”, organizado por el Centro de Estudios Filosóficos Lectio, perteneciente al ISPI N° 4031 “Fray Francisco de Paula Castañeda”. Santa Fe. 02 y 03 de septiembre de 2011.

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