Platón y las nuevas tecnologías

¿Qué puede decirnos Platón acerca de las nuevas tecnologías? El Filósofo griego de hace 25 siglos atrás nos puede arrojar luz sobre nuestras nuevas tecnologías.

Mi abuelo materno falleció cuando contaba ya 100 años. En uno de sus últimos años, estando alojado en su casa, vio que yo estaba trabajando con una notebook y me preguntó qué era eso. Le expliqué, como pude, en qué consistía esa mini computadora. Al finalizar, me miró, y me dijo: “pero al momento de estudiar, esto –dijo señalando la cabeza– es lo que realmente sirve”. Estas palabras generaron una ponencia, de la que extraje el punto en que Platón decía algo parecido y que aparece a continuación.

Mito del dios Theuth

El pensamiento tiene una íntima relación con los medios de transmisión del lenguaje. Platón se encuentra en medio de un cambio de paradigma en el lenguaje, fruto del desarrollo de un nuevo soporte de la información.

A mediados del siglo VIII a.C. ingresa la escritura en Grecia. Y, aunque en principio tenía una función meramente práctica, paulatinamente se va extendiendo en su uso hasta la época de Platón. Pero el filósofo indica los peligros y las ventajas de esta nueva técnica.

En el mito que cuenta Sócrates en el Fedro, cuando el dios Theuth le muestra al rey Thamus sus artes y alaba la utilidad de la escritura, el monarca le muestra que estaba más entusiasmado de lo que en realidad correspondía. El dios lo presenta así:

“Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.”[1]

Pero el rey Thamus le contesta que:

“Es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es pues un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporciona a tus alumnos, que no es verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.”[2]

El dios intenta mostrar las bondades aparentes del nuevo invento. Pero el rey indica los límites. Indica el olvido, el conocimiento que surge desde fuera, el engaño en el que se puede caer poniendo la esperanza en algo que no la merece.

La escritura no es algo malo del todo, ni bueno del todo. Tiene la simple función de recordar, pero no es conocimiento. Es apariencia. Tampoco es algo inútil y nocivo si se comprende la verdadera función. Pero si no se comprende, se puede caer en la confusión. Se puede creer que se tiene conocimientos, cuando en realidad se tiene una mera herramienta. La posesión de libros no garantiza la posesión de conocimientos. Sólo genera la posibilidad.

El pensamiento siempre procede igual. Vamos renovando las herramientas, pero pensar cuesta tanto al hombre del siglo XXI como al de la época de Platón y Aristóteles. El pensamiento necesita decantar de la misma manera y con el mismo tiempo.

«Transmisión» del conocimiento

Además la sabiduría no se transmite como quien carga una mochila para ir a la escuela. En el Banquete,  Agatón le pide a Sócrates que se siente junto a él para que en su contacto le transmitiera el sabio pensamiento al que había accedido. Sócrates le contesta:

“-Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, como fluye el agua en las copas, a través de un hilo de lana, de la más llena a la más vacía.”[3]

El conocimiento no procede de esta manera. No consiste en llenar la cabeza de quien quiere aprender, sino en convivir con los problemas. Así lo aclara Platón en la Carta VII:

“…después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente”[4].

Esto es lo que tiene de bueno y de malo la filosofía. Cualquiera puede aprender las dos palabras que le permiten acceder, tal vez, a la aprobación de un examen de filosofía, pero eso no garantiza que se sepa filosofía. No se puede aprender en un par de días, sino que luego de haber convivido un tiempo con el problema, surge la luz, para no irse más.

Nadie se puede recibir de filósofo, porque es una carrera de vida, es precisamente la vida. Consiste en reflexionar la vida, para no dejarnos engañar por las apariencias y poder acceder cada vez más a aquello que llena una íntima sed de búsqueda.

El siglo XXI y las nuevas tecnologías

A semejanza de Platón, el siglo XXI se encuentra ante nuevas tendencias y tecnologías que, de alguna manera, modifican el paradigma del lenguaje. Hay nuevos soportes para la información. La sociedad actual presenta un cambio fundamental en los medios de comunicación. Las nuevas tecnologías ofrecen posibilidades que no sabemos si son mejores o no.

Nos ofrecen una ayuda extraordinaria. Se pueden llevar kilos de libros en sólo unos gramos de material virtual. Podemos tener una biblioteca entera dentro de la mochila. Pero podemos llegar a olvidarnos que el pensamiento tiene su ritmo. Pensamos con la misma velocidad tanto ante las tablillas, como los rollos y códices, libros, pantallas o lo que se venga.

Las nuevas tecnologías se pueden convertir en los nuevos parámetros de conocimiento. Quien no sabe manejarlas, puede convertirse en analfabeto moderno.

Junto a los nuevos soportes de información, las nuevas exigencias del mundo no nos permiten tampoco decantar el pensamiento. La vida se nos pudo haber convertido en un gran reloj de arena, una maratón para ganarle ya no sabemos a quién o a qué…

Corremos todo el día contra el reloj, saltamos de un ambiente a otro, de un lugar a otro. Y contagiamos esta maratón a los más jóvenes. Les damos lo mejor quitándoles tiempo. Los preparamos para un futuro incierto dándoles montones de materias extracurriculares. Salen corriendo de la escuela, para ir a un lugar, para luego ir a otro y con suerte, llegar a casa temprano y hacer la tarea de la escuela. Y, ¿cuándo se piensa? ¿Cuándo se elabora la vorágine de información?

Dice Leonardo Castellani que vale más mate bien cebado que bien lleno. Les llenamos la mochila de la vida con todo lo que pueden necesitar en el futuro, pero no tienen tiempo de integrar todo lo que tienen. Quedan empachados.

Podemos recordar también la teoría del ático planteada por Sherlock Holmes (Estudio en escarlata, capítulo 2 de la primera parte), donde el cerebro es un ático vacío, donde acumulamos chatarra sin dejar espacio a los conocimientos valiosos.

Una de las sentencias de los siete sabios era “De nada, demasiado”. Platón muestra los límites de la escritura como soporte de la información, dándole una justa valoración: ni extremadamente bueno, ni extremadamente malo. Encontrarle la justa valoración consiste también en encontrarle su esencia.

En la actualidad, cotidianamente se presenta a la humanidad una serie de “fármacos”, de soluciones, para la memoria y para la felicidad. Se pueden sobrevalorar las nuevas tecnologías sin tener en cuenta qué es lo que realmente son. O, por el contrario, como tradicional rechazo de lo nuevo, se lo deja de lado, se infravalora.

En cambio, si se considera que son medios, soportes de información, cada vez más ágiles, cada vez más útiles, pero simples medios, se puede estar descubriendo su verdadero valor. Su importancia reside en que perfeccionan el acceso a información a nivel espacial y temporal. Pero nada puede acelerar el pensamiento, excepto la convivencia con el problema hasta que surja la luz de la verdad.

Esta justa valoración de los medios, en la medida en que se apoya en el conocimiento de su esencia, es tarea del filósofo. Aunque corra el riesgo de parecer inútil su advertencia o, incluso, necia, sin sentido ni necesidad. De todos modos se puede vivir igual sin saberlo… Es más, el intentar reflexionar sobre el tema puede parecer una pérdida de tiempo ante el avance vertiginoso de la sociedad. Salvo que una pandemia obligue su consideración.

Las nuevas tecnologías y la educación

El 2020 nos sorprendió con una pandemia, causa de una prolongada cuarentena. En esta situación, las nuevas tecnologías se convirtieron no sólo en una poderosa, sino en la única herramienta para mantener las clases y el vínculo con los estudiantes. Cada uno tomó lo que sabía y lo que pudo para mantener las “clases”.

Las llamadas nuevas tecnologías, las herramientas para producir contenidos, compartirlos, organizarlos en aulas virtuales, nuevos usos de las aulas virtuales (desde su uso como soporte hasta la clase invertida) existían hace décadas ya. Muchos las usábamos hace un tiempo, pero accedimos a ellas por curiosidad, búsqueda, inquietud. No se consideró necesario incorporarlas como parte fundamental de la actualización docente o de la formación básica docente, más que en algunas Instituciones por iniciativa propia.

Se escucha, se lee, se dice, que las nuevas tecnologías llegaron para quedarse. Ya estaban y van a seguir estando. La pandemia solamente visibilizó su necesidad. También visibilizó la necesidad que tenemos de la presencialidad, el encuentro con el otro, con el rostro del otro. Revaloró el aula como espacio físico de encuentro.

También visibilizó que un estudiante no puede estar horas conectado a una videollamada, que un docente no puede seguir realmente a cientos de alumnos. No es una cuestión de distanciamiento social y salubridad solamente; no es real que cuarenta estudiantes en un aula, por muy grande que sea, “aprendan” (sea lo que sea que entiendas por esta palabra) al mismo ritmo escuchando a alguien que presenta un tema: no es inclusivo. Si no, pensando como Agatón.

Inclusivo no referido a incapacidades puntuales, sino inclusivo desde la amplísima gama de diferencias que, por suerte, tenemos; que nos identifica. Lo que Hannah Arendt llama pluralidad y que es condición necesaria para la acción, especialmente para la política.

Las nuevas tecnologías nos pueden ayudar automatizando una parte, lo que es automatizable, lo que una planilla de cálculos o una app puede hacer, dejándonos liberados para dedicarnos a aquello que es más humano e irremplazable en la educación. No tiene sentido que le dedique horas a corregir un ejercicio de verdadero y falso, si eso lo puede hacer una máquina. Que lo haga la máquina, así yo puedo ver por qué se eligió más algo, dónde hubo un error de comprensión.

Esto obliga a repensar la educación. Si mi evaluación va a ser sólo un multiple choice, entiendo algo de educación y aprendizaje. Si rechazo absolutamente el multiple choice, entiendo otra cosa de la educación. Si lo uso como intermedio de autoevaluación para que alumno y docente evaluemos cómo estamos, cómo incorporamos un concepto, y si fue comprendido, de manera tal que luego pueda ser bien utilizado en una producción mayor y más elaborada, estoy entendiendo otra cosa distinta por educación y aprendizaje.

En la cancha se ven los pingos

A lo mejor, un ejercicio automatizado y lúdico ayuda a que el estudiante sepa si comprendió o no un tema. No vale preguntar “¿entendiste?”. Hasta que no lo intente usar o aplicar, no sabe si lo entendió. Si lo hacemos continuamente, es abrumador y estresante. Si lo automatizamos, le dedicamos un rato y sigue funcionando. Surgen dudas, consultas, ideas, que no se puede automatizar: ¡ese es nuestro trabajo! Pero si estamos revisando lo automatizable, no vamos a poder responder esa vitalidad que surge cuando aprendemos. Nos gusta aprender, somos curiosos.

Sr. Burns intenta sobornar a dos funcionarios públicos con una lavadora y una caja que no se sabe qué contiene.

¡La caja! ¿La caja!

Automatizando muchos elementos no necesariamente se pierde la humanidad y se convierte en algo frío y distante. Automatizás una parte, habilitás espacios de diálogo y configurás entregas con producción más elaborada, incluyendo elementos de creatividad, academicismo, tecnicismo, o lo que tu materia plantee. De esa manera, mantenés un diálogo y contacto, mantenés el vínculo pedagógico sin estresar a los alumnos y sin estresarte vos. En el fondo, estamos en la misma. Estudiantes y docentes, aprendiendo a usar las nuevas tecnologías como único medio, por ahora, para interrelacionarnos. Nada deja de ser un aprendizaje y la virtualidad obligatoria y preventiva no es la excepción.

Repensar la educación, la posibilidad de automatizar, la apertura a atender singularidades, la valorización que hacemos de la virtualidad y presencialidad, tal vez nos lleven a atender por fin el pedido de Helena Alegría:

“¡¿Alguien quiere pensar en los niños por favor?!”

En próximos artículos veremos cómo podemos organizar nuestra virtualización de la clase sin morir en el intento, pensando más allá de la pandemia. Eso es lo que hace la filosofía, tomar distancia, ver más allá, distinguir lo esencial de lo accesorio, ayudar a aclarar el panorama (lo contrario a lo que muchas veces se entiende por Filosofía).

Este artículo es parte de una ponencia realizada bajo el título Platón y el cambio en el paradigma del lenguaje, en el marco del Tercer Congreso de Filosofía “Aproximaciones al misterio del hombre”, organizado por el Centro de Estudios Filosóficos Lectio, perteneciente al ISPI N° 4031 “Fray Francisco de Paula Castañeda”. Santa Fe. 02 y 03 de septiembre de 2011.

[1] PLATÓN, Fedro, 274 e.-

[2] PLATÓN, Fedro, 275 a-b.-

[3] PLATÓN, Banquete, 175e.-

[4] PLATÓN, Carta VII, 341d.-

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